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Trémulo se tornó mi vivir a partir del accidente del que fui víctima. Guardaba muy cerca de mi corazón, un pañuelo muy antiguo, contenía un sentimiento, algo como una sonrisa, pero no alcanzaba la categoría de felicidad, lo suficientemente neutro como para poder mantenerme estable, sin caer al abismo de la adversidad, y sin deleitarme en los placeres de la dicha. Hacía una tarde hermosa, el sonido que emanaba de la agitación de las hojas ya predecían el fatal destino del que sería víctima, fui sordo a sus advertencias. De un momento a otro, se abalanzó sobre mí, sin escatimar en su violencia, un desenfrenado engendro de cuatro ruedas, que misterioso se torna lo demás, sin conciencia, pecaría si dijese algo sobre lo que sucedió. Compacto, estaba mi cuerpo, ileso dijeron los doctores, un milagro los espectadores. Pero no era del todo cierto, faltaba una pieza. Durante el alboroto, había perdido, mi pañuelo, ese que me equilibraba, noté su ausencia en cuanto recobre la conciencia. Mis esfuerzos por recuperarlo fueron en vano, comencé a temer por mi destino, mi estabilidad estaba en manos del azar, talvez sería feliz, talvez sería desgraciado, eso sería parte del futuro, solo sé que mi corazón comenzó a sobre cargarse, la tensión fue demasiada, respiraba como si el aire fuese escaso, como si mis pulmones fueran disminuyendo. Mi corazón comenzó a crecer. Cada día era más grande, cada día tenía que suplir la ausencia del antiguo sentimiento envuelto en un pañuelo, ganó terreno, poco le importó quitar espacio a los demás órganos, poco tarde en estar en esta situación, postrado, no puedo comer lo necesario, no puedo respirar libremente, como lo hacía antes, mi corazón esta fuera de control, esta expandiéndose, me esta destruyendo. Ya es demasiado tarde para mí, el tiempo se agotó, hoy muero, mi corazón ganó.
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