16/8/09

El sentir de una tormenta

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Segundos antes de que comenzara la tormenta, un viento desgarrador se apoderó de las calles desoladas, los árboles se balanceaban como si en cualquier momento fuesen a ser amputados, las aves planeaban despavoridas, surcaban los cielos sin encontrar la brisa correcta que las llevara a su nido. En cuanto a mí, ya podía sentir ese aroma a tierra húmeda, ya casi podía sentir las gotas impactando contra la superficie, un terrible sentimiento de inseguridad mortificó mi alma, no hacía falta un trueno para transformar esto en una escena de terror. El cielo que tan maligno se vistió aquella tarde, dio tregua a un racimo de nubes blancas, tan puras, tan suaves, tan pulcras. Se movían a una velocidad impresionante, nunca había visto un par de nubes apartarse de su rebaño, se me aproximaron, en cuestión de segundos se posaron sobre mí. Comenzaron decender, poco a poco fui perdiendo el alcance de mis vista, poco a poco sentí que estaba en un lugar inexistente, comencé a impregnarme de esta atmósfera, mi piel comenzó a evaporarse, todo a mi alrededor eran blanco, no podía distinguir otra cosa que no fuese la pureza que me rodeaba. Lentamente comencé a elevarme, ya no podía distinguir mis extremidades, poco después, era parte de esta aglomeración de agua rebelde.
Una tristeza vibrante embargó mi espíritu, sentí lo que siente una tormenta, sentí un poder y un peso descomunal, la angustia era tal, que poco tardé en caer en un trance anestésico. Que maravilla, ni aun mil drogas podrían haberme llevado a ese estado alucinante, de pronto, como si ya fuese imposible sostenerse de las estrellas, miles cayeron, cuando la primera gota tocó tierra, un éxtasis se apoderó de la gran masa flotante, sentí algo que con palabras humanas sería imposible de representar. Disfruté de esta experiencia como de ninguna antes o después lo haría, de pronto sentí que una energía enorme se acumulaba en mí, vibraba infinitamente, descontrolada, esta energía comenzó a brillar, de pronto así como una estampida, toda esta energía se acumuló en mí y me lanzó, me desterró de esos incorpóreos parajes, con una velocidad casi desintegradora, el eléctrico carruaje impactó mi jardín, una onda alumínica se arraigó en el lugar, parecía el jardín del edén, tan limpio, tan celestial. Allí estaba yo, nuevamente de carne y hueso, desnudo, luminoso, poderoso, empapado, las gotas de tormenta exploraban mi cuerpo, en tanto yo reconocía nuevamente mi torso, mis brazos, mis manos. Fui el único trueno de aquella tormenta.

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